jueves, 16 de agosto de 2007

La higuera.

Cuando era pequeño, en la casa de mi abuelo en Villa Alemana, había un gran patio lleno de árboles frutales. En el fondo del patio, había una enorme higuera, a unos metros del muro que daba a la casa de atrás. Era el árbol perfecto, de tronco grueso, ramas firmes y abundantes, y muñones que parecían haber sido hechos para trepar. Además, daba unos higos muy dulces con los que, cada verano, mi abuela hacia mermelada para la once.

Este árbol, que nadie exactamente recordaba haber plantado, tenía cierto poder sobre nosotros, los cuatro primos más pequeños. Una atracción que no podíamos resistir o explicar. Siempre fue el centro de nuestros juegos. El castillo de nuestros caballeros, el templo de nuestros indios de plástico, la cárcel de nuestro “paco-ladrón”. Soñábamos con llegar a la copa y ver el horizonte, pero éramos demasiado pequeños, nuestras piernas cortas y nuestros brazos débiles. Así que nos conformábamos con jugar a su alrededor, e imaginar entre sueños despiertos las maravillas que podríamos ver desde lo más alto del árbol, lugar desde el cual, según nosotros, podríamos ver hasta el fin del mundo.

Pero lo que más atraía nuestra atención cuando nos imaginábamos a nosotros mismos en la cima, era poder ver la casa que estaba atrás. Era una casa vieja, muy antigua, a la cual ladraban los perros de mi abuelo en las noches. Según los mayores, la casa estaba abandonada hace años, antes de construirse la nuestra.

Los años pasaron, y de repente, nos supimos lo suficientemente grandes para subir a la gran higuera, que se había transformado ya en una obsesión en nuestros juegos e ilusiones infantiles.
Mis primos y yo, esperamos a que los mayores salieran, y madres y abuela estuvieran en la cocina, preparando la once. Era verano, una tarde de domingo, cuando el cielo se torna anaranjado y las nubes púrpuras, dándole un aire mágico a la épica aventura por subir y ver lo que había “más allá”. El extraño árbol ya parecía llamarnos a gritos.

El ascenso fue difícil, pero la higuera parecía ayudarnos a cada paso, y nuestra emoción crecía a medida que tomábamos una nueva rama y posábamos un pie sobre un muñón que parecía habernos estado esperando por años. Nos sentíamos grandes, mientras el cielo se veía cada vez mas cerca.

Llegamos a la cima. Éramos los más grandes aventureros del mundo. Celebramos nuestra hazaña, aferrados de las ramas que nos abrazaban en son de bienvenida. Estábamos felices, realizados. Nuestro sueño infantil, esas inalcanzables copas al fin entre nuestras manos. Observamos el mundo, el horizonte con el que tanto habíamos fantaseado. Allí estaba la casa. Se notaba muy vieja, casi en ruinas, y abandonada. La maleza del patio crecida y ramas secas por todas partes. Había algo muy raro en esa casa.

En eso, oímos un ensordecedor grito que nos paralizo del terror y nos heló la sangre. Vino de dentro de las oscuras estancias de la casa. Un brillo metálico apareció en una de las ventanas rotas, y se oyó un fuerte ruido, como un disparo.

Nunca supimos muy bien cómo bajamos de la higuera. Creo que caímos. Cuando nos dimos cuenta ya estábamos dentro de la casa, llorando sobre los delantales de nuestras madres.
Al día siguiente, nuestros padres se juntaron a conversar, pero nunca nos dijeron nada. Éramos muy pequeños. Ese verano, la higuera no dio más frutos, y sus ramas se pudrieron por dentro. Al mes siguiente, mi padre y mi abuelo cortaron la higuera y quemaron los restos.







(no hay dibujo en esta, lo siento)

7 comentarios:

Javier Neira dijo...

no es necesario dibujo hombre
siento q la leí un millón d veces ayer, pero igual es distinto... es una extraña historia, no te voy a decir q es bonita, pq el final destruye todo el sentimiento anterior.. es triste, pero se siente real
un abrazo wn, nos vemos, cuidate... wn... hace falta esa chela... saludos

dani dijo...

eso, se siente real, perfectamente podría haberme pasado a mi a ti a javier a quien sea.

es raro como a veces las cosas que nos rodean se hacen piezas tan indispensables de nuestra felicidad; al igual que la higuera, que con el hecho de existir, justificaba sus existencias más que uds la del árbol.. no sé si me cachai la volaa, pero es algo por ese estilo..

tenemos que hablar más kike, hace tiempo que te siento en otro universo y parece que yo estoy en uno aún más lejano

se te estima..

eltomas dijo...

me parece familiar la historia...
jajajajaja
wena wena...
menosmal que me alcaraste las cosas por msn...
jajaja
cuak!
falto su wen dibujo po wn!
desilusiona eso...
jajajaja
chaus compadre, saluos

Jaci dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Paula♥ dijo...

que linda y descriptivala historia...
no fue necesaria una imagen, para verla.

saludos!

Anónimo dijo...

mmmm creo q me habias contado algo así antes... oie y escribes bien (digan lo q digan) nada kike pase a ser de nuevo un fantasma... nose nada hace tiempo de ti y no me llamaste pa mi cumple eso...

sigo escuchando fools garden
nos vemos
bye

Kari dijo...

Que triste que todo haya terminado con el fuego, y con unos recuerdos pisoteados.